miércoles, 10 de junio de 2009

La Parada

"Aquí hablo de los períodos ocultos de esa misma juventud, de ciertos ocultamientos a los que he sometido ciertos hechos, ciertos sentimientos, ciertos sucesos. Empecé a escribir en un medio que predisponía exageradamente al pudor. Escribir para ellos aún era un acto moral. Escribir, ahora, se diría que la mayor parte de las veces ya no es nada". El amante, Marguerite Duras.

Por algunos piojos años esta fue mi sosteniente única. Declaración huérfana que no pude cambiar por tan verdadera. Justificaba mis desvaríos. Aclaraba mis dudas y luego palabras. A esto me dediqué, a escribir. Pura ficción, pura realidad. Sub-realidades. Suddenly surgió un punto aparte. Fuera de esta ventana se movió el mundo y sus capas. Lamentablemente el terremoto afectó estas líneas. Se quebró la hebra que las unía en su enorme dispersión. Durante el periodo de un año este sitio camina como camaleón. Mientras, se me hizo titánico poder juntar mis líneas. Reconstruir quien era. Fallé. Pero yo soy animal que celebra errores. Accidentes geográficos reorganizaron mi estructura. No hay adjetivos. Soy gris, el buen gris.
Creo que mi transición está en marcha. Acompañada de mejores figuras de peso voy descubriendo nuevas capacidades. Mi única sosteniente ya es otra. No puedo revelarla. Todavía. Creo que este es el borde. El fin. La Parada. Pero como algunos han dicho, las cosas no se terminan ni de destruyen, solamente se transforman. Esperemos...

lunes, 2 de febrero de 2009

canus lupus

En un rincón de la ciudad capitalina siempre está temblando. Un ritmo furioso de corazón acaballado determina los pasos de una pequeña persona roja. Ella busca detrás de cada esquina a su Canis Lupus. Un perdido sin jauría. Sabe que con su aullido calmado, sus lamidos y sus pocas pulgas la vida es más auténtica, más verdadera. La tierra tiembla bajos sus zapatos de verano y por un momento pierde el sentido. La cesantía, el calor, la sed y las voces del pasado quedan muy lejos. Las manos buscan en que afirmar al resto del cuerpo. Los dedos sienten un pelaje distinto, tejido a su medida. Lo ha encontrado. Esta vez estaba tres cuadras más abajo.

lunes, 26 de enero de 2009

Encontrar

Busqué en el metro de la capital sucia. Busqué en los parques y las plazas menores. Me senté con libros, sinceramente los leí por si aparecías. Busqué en bibliotecas, en los pasillos y patios de la universidad. Busqué en bares negros y pistas de baile. Busqué en los tragos dulces, en los amargos también. Busqué en tugurios clausurados. Busqué en el precipicio. Busqué en amigos. Busqué en desconocidos, forasteros, asaltantes y paseantes. Busqué en cantantes, poetas, escribientes. Con fiebre y aburrida también te busqué. Pero mira tú la vida, el destino, como quieras decirle... justo cuando dejé de buscar, te encontré. El más improbable, el más escondido, el más callado, sencillo y tenebroso. Dos vidrios, una nariz y barba tigereteada. Rojo, azul y negro. Figura del rincón de la habitación. Poca risa, mucho pensar. Yo una rehabilitada, desencajada la vista, reconstruida. Una descarada que recogía sus pedazos cada lunes. Una aspirante a ser digna. Un atado de moños y cables de cobre. Una carcajada lanzada en el viento. De todas maneras armada hasta los dientes, dispuesta a no dejar que te fugues así como así.

viernes, 16 de enero de 2009

RecordarmE

Recordarme En Este Sitio dice abajito de donde uno anota su contraseña. Mi contraseña invertebrada rasguña el blank para dejarme entrar en mi sesión. Mi sesión de SpA tendrá que esperar, pues ahoritita mismo me dispongo a comenzar mi sesión contigo. Contigo es con quien quiero lamer heridas, descongestionar narices y reir de nuestros chistes. Chistes son los que me cuentas hasta las 4 y cuarto de la madrugada, entre calambres y calambres sexuales. Sexuales somos tú y yo, dos perros guachos que tras cada esquina recogen un poco de polvo, improvisan un nido y se limpian el uno al otro con sus lenguas ásperas. Ásperas son mis penas de ayer y hoy, ásperas no dudemos que seguirán siendo, pero mientras te tenga a tí y a Mi Sangre, mi vida siempre, siempre será honey on cereals.

miércoles, 31 de diciembre de 2008

Calle

Saltó sobre el barro. Rompió la capa superficial y la masa blanda-café fue penetrada por las diadoras blancas. Ella no sabía que jugar con tierra mojada ya no era para su edad. El pantalón corto proyectaba sus piernas. La polera dejaba que el cuello fuera abrazado por el sol. Las gotas de sudor sobre sus labios. Las axilas y el pecho pedían algo de libertad. El grifo continua lanzando el chorro furioso unos metros más allá y cinco cuerpitos flacos reciben el golpe mojado. Ella vive en esa población, junto a los otros. Sin miedo y sin mucha conciencia sale a jugar. Tiene algunos amigos que su padre no aprueba. Pero él no está hoy. Así que es una tarde feliz. Ella quiere recorrer la calle. Saborear el asfalto sucio y caliente. Sentir que la esquina no es un límite, es la puerta a todo lo posible. Y ahí, cerca del grifo la espera el niño de la cicatriz de guerra. La espera con un pantalón rajado en las rodillas y sin polera. Es muy flaco, tal vez más que los demás. Sus ojos negros hablan de una gran sabiduría. Tiene 11 años y sabe fumar. Por esa razón ella pretende seguirlo esta vez. Él tiene una sopresa preparada. Juntos entran a una casa. Refugiados del calor y de ojos adultos, comienzan a ver en la penumbra de una pieza. Él abre un cajón de madera. Ella se sienta en la cama. En la pieza del lado ronca la abuela en una silla. No hacen ruido. Él saca un objeto negro. Es un revolver. Lo manipula. Se apunta la cabeza y luego al gato gris. Se rien. Ella ríe, aunque está temblando. Le pide que la deje tocar el arma. Él se pone serio, la vuelve a meter en el cajón. 'Esto no es para niñas, sólo te traje para que la vieras', dijo él. Ella asume, lo mira con admiración.

sábado, 18 de octubre de 2008

Entre ULA y Baquedano

De a poco y con gran dificultad abrió los ojos. Quería los famosos "cinco minutos más", pero el despertador la sacó de la suavidad invalidante de las sábanas. Despegó sus ojos y se sentó en la cama con lentitud. Tenía que levantarse. Salir. Hacer algo. Salvar el día. Había dormido más horas de lo que un cuerpo diminuto necesita. Eso le daba más sueño. Pero en el fondo, aunque ella quería seguir durmiendo, tenía mucho miedo de hacerlo. Le daba miedo que llegara un minuto en el no despertaría más, tragada por sus propias pesadillas, absorvida por el fantasma que habitaba bajo sus parpados, grabado con sangre, como una foto satánica y dolorosa. Así que el temor la dirigió al baño. Frente al espejo se maldijo por ser mujer. Las mujeres lloran demasiado y se deprimen. Y no tienen tanta fuerza en los puños como para defenderse. Se maldijo por haber elejido un camino y no otro. Se maldijo y se lavó la cara con lágrimas y agua potable. Limpió sus brazos, pero no quiso hacer más. En el refrigerador habia leche, huevos, una lechuga lavada y dos latas de cerveza. Nada era aceptable. Tomó un vaso con agua, se vistió sin pensar en nada y salió. Afuera la oscuridad y los perros la recibieron. Metió en su cartera pequeña las llaves y sacó el primer cigarro de la noche. La dueña de la botillería la vio entrar mirando las manchas del piso. Parece que había una nueva, un escupo de borracho. Esta vez tenía ganas de ser la reina guachaca. Se compró un vino. Abrió una punta de la caja con los dientes y se dijo a si misma que las cosas iban empeorando. Pero todo daba lo mismo al final. Todo era gris. La noche, el día. Ella y los demás. Se fue al centro. Ahí estaba la sombra del fantasma otra vez. Huyó de esa esquina. Mantuvo la calma. Como perra con tiñala miró una pareja feliz. Muéranse. Siguió por la vía sucia y gritona. Se metió al reducto preferido. La esperaba: Nadie. Se sentaron en la mesa y pidieron cerveza ordinaria. Fumaron y la cosa daba risa. En esos momentos podía olvidar el dolor de las vértebras, las piernas y el cuello. Podía reir fuerte sintiendo que la noche no terminaba todavía. A veces alguien le decía que era bonita. Optaba por creerlo. En el baño de mujeres era fome mear. Así que se iba al del lado. La echaron tres veces. Que indigna. Le mostró los dientes al guardia y la patearon como bolsa de basura al basural inmundo de la calle. No importaba nada. No importaba ser la más ridicula estupida indignidad inservible. Daño, más daño por favor. Hubiera pagado por más.
Caminó por varias veredas amables. Otras fueron más antipáticas. Pero su cartera siempre se balanceó patuda de un lado a otro y su cigarro no se apagó jamás. De pronto en una esquina le tocó la roja a los autos... iba a cruzar, pero el primero de la fila bajó el vidrio y salió la música... qué era... The Shins... Turn on me... parpadeó cuatro veces y entendió que no era de noche. Vio el sol sobre los edificios.... qué estupidez... había caminado desde estación ULA hasta Baquedano... harto, se dijo... una ruta maldita, lo suficiente para recordar momentos putrefactos. La salvó del lapsus la voz de James Mercer. Se cagó de la risa y cruzó al fin la calle.