
Una vez comenté que Miss Intoxic intentó matarse a los 9. Fue la primera vez que quiso desaparecer y que sus padres se sintieran culpables por su muerte. Y que la extrañaran con lágrimas cada día. Pero no comenté por qué quiso hacerlo ni cómo. Eran 9 años, no es mucho, pero ya había almacenado bastante mierda kilométrica. Ahora, no sabe la razón, pero quiere revivirlo en su carne y soltarlo, para ver si se va de una vez. Como suspiro, como sudor, como vomito. Que se vaya de ella.
Atardecía en la Capital primaveral de 1992. El aire estaba tibio, así que la pequeña Miss Intoxic andaba con un vestidito que le regaló su mamá, sacado con la tarjeta de Falabella a 10 cuotas. En la tele estaban dando los monitos. Mientras Candy reía en la pantalla, Miss In. se preocupa porque su papá hace rato que estaba en la pieza y no salía. Se acercaba la hora de ir a dormir, pero él no aparecía para llevarla a la cama. ¿La nana se fue o no? A Miss In. algo le inquietaba de esa mujer. Ojala se haya ido, pensó. Candy terminó y su papá aún no salía. Miss In. sintió una voz en la pieza de los papás. Se fue gateando por el pasillo sin saber de qué se escondía. No quería hacer ni un solo ruido, para que no la pillaran que iba reptando hacia la pieza del papá. La casa oscura la ayudaba en la tarea de llegar al umbral de la puerta que estaba entre abierta. La voz que oyó ahora eran dos. Empujó suavecito la puerta. Se paró, miró al interior de la pieza y vio con sus ojos de niñita de 8 años, al papá con la nana de la casa en una pose que no entendió en ese minuto, pero que fue suficiente para desmoronar la imagen de un señor que hasta ese día había sido su héroe.
Un año más tarde, cagada por la culpa de no haber dicho una sola palabra a su madre y asqueada por amar aún a su padre, a pesar de la traición que tampoco comprendía totalmente, se mandó un vaso con detergente para loza y agua, le agregó unas gotas de cloro. Había estado haciendo burbujas de jabón y simplemente se le ocurrió que era mejor matarse.
Atardecía en la Capital primaveral de 1992. El aire estaba tibio, así que la pequeña Miss Intoxic andaba con un vestidito que le regaló su mamá, sacado con la tarjeta de Falabella a 10 cuotas. En la tele estaban dando los monitos. Mientras Candy reía en la pantalla, Miss In. se preocupa porque su papá hace rato que estaba en la pieza y no salía. Se acercaba la hora de ir a dormir, pero él no aparecía para llevarla a la cama. ¿La nana se fue o no? A Miss In. algo le inquietaba de esa mujer. Ojala se haya ido, pensó. Candy terminó y su papá aún no salía. Miss In. sintió una voz en la pieza de los papás. Se fue gateando por el pasillo sin saber de qué se escondía. No quería hacer ni un solo ruido, para que no la pillaran que iba reptando hacia la pieza del papá. La casa oscura la ayudaba en la tarea de llegar al umbral de la puerta que estaba entre abierta. La voz que oyó ahora eran dos. Empujó suavecito la puerta. Se paró, miró al interior de la pieza y vio con sus ojos de niñita de 8 años, al papá con la nana de la casa en una pose que no entendió en ese minuto, pero que fue suficiente para desmoronar la imagen de un señor que hasta ese día había sido su héroe.
Un año más tarde, cagada por la culpa de no haber dicho una sola palabra a su madre y asqueada por amar aún a su padre, a pesar de la traición que tampoco comprendía totalmente, se mandó un vaso con detergente para loza y agua, le agregó unas gotas de cloro. Había estado haciendo burbujas de jabón y simplemente se le ocurrió que era mejor matarse.
Imagen, Sally Mann